¿Qué es para mi el verano?

Verle crecer, cada día, cada hora, cada minuto...
Escuchar sus primeras carcajadas, cómo repite cada cosa, cómo aprende...
Reír con solo mirarle...
Andar a su lado, con su mano en mi mano, a su ritmo, en su camino...
Nadar, chapotear, saltar en el agua...
O acercarme y escuchar sus latidos, tan alegres, que me hacen sentir único...



que me hacen agarrarme a cada segundo que deja caer el reloj, con firmeza, como un koala en su árbol, un árbol que crece y crece, que cada día es más alto, alto como un rascacielos desde donde divisarlo todo, desde donde ver las cosas pequeñas, tan pequeñas como las hormigas que cargan una tras otra las migas que han caído en la merienda, que cargan fuertes pero insignificantes a nuestros pies, abajo, y el sol arriba, fuerte también, enrojece las pieles de decenas de pequeños lobatos, y en la tienda hace calor, un calor que me hace salir a la calle, que me saca de la casa que me sueño todas las noches, que revoluciona una tras otra todas las partes de mi cuerpo, que me hace sudar, sudar tanto que parece que cada poro de mi piel esté llorando, haciendo el amor a 30º, como si fuera la última vez, haciendo el amor y llorando por cada poro, y mientras tanto suena una canción, suena mal pero bien, suena a viejo tocadiscos, suena a cuando mi abuelo se sentaba a contemplar el mar desde su balcón, suena a su brisa, suena a niños en la piscina, suena a jugar debajo de un árbol, y mientras, mi abuela se inventa la letra...

como mi madre, como siempre